Jesucristo, figura central del cristianismo, es el corazón vivo de la Semana Santa.
En esos días finales de su vida terrena, no solo se muestra como el Salvador, sino como el estoico perfecto: firme ante el dolor, silencioso ante la injusticia, compasivo ante la traición y obediente ante el sacrificio.
En el Huerto de Getsemaní, tembló y sudó sangre, pero no huyó. En los juicios ante Pilato y Herodes, no respondió con ira, sino con verdad y dignidad. Cargó con su cruz sin rechistar, y en el Calvario perdonó a quienes lo torturaban, entregando su vida con estas palabras:
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.”
Jesús no luchó con espadas, sino con amor radical. En su silencio, gritó más que mil ejércitos. Fue el rey sin corona que triunfó en la cruz. La muerte no lo venció, porque quien se entrega sin miedo, trasciende.
+ PADRE, PERDONALOS.QUE NO SABWN LO QUE HACEN
Es una de las frases más conmovedoras pronunciadas por Jesús en la cruz (Lucas 23:34), que expresa su misericordia incluso en el dolor.
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